La Biblia nos presenta en 2 Reyes 4:8-37 a una mujer
llamada "la sunamita", una mujer que, sin ser obligada o manipulada,
decide honrar al profeta Eliseo ofreciéndole hospedaje y un lugar especial en
su casa. No buscaba recompensa. No tenía segundas intenciones. Solo tenía un
corazón generoso.
Eliseo, agradecido, desea bendecirla. Ella no pide
nada. Pero Dios, que conoce lo profundo del corazón, le da lo que parecía
imposible: un hijo. Más adelante, cuando ese hijo muere repentinamente, el
mismo profeta vuelve y, por el poder de Dios, lo resucita.
En lo que quiero hacer énfasis es que Eliseo nunca
pidió nada. Nunca aprovechó su autoridad espiritual para beneficiarse. La mujer
prosperó, fue bendecida, recibió un milagro… pero el profeta no se llevó nada
material de toda esa bendición.
¿Qué podemos
aprender de esta historia?:
- La generosidad sin interés mueve el corazón de Dios. La sunamita no dio esperando algo, pero Dios le dio más de lo que
ella imaginaba.
- El verdadero ministerio no tiene precio. Eliseo no mercantilizó la unción. No cobró por orar, por profetizar, ni por servir.
- Dios honra la honra. Quien recibe a un
profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá (Mateo
10:41).
En tiempos
donde a veces se distorsiona el ministerio y se transforma en plataforma para
enriquecimiento personal, esta historia nos recuerda que el propósito del
siervo de Dios no es enriquecerse con la fe de los demás, sino ser canal de
bendición, sin esperar nada a cambio.
En síntesis: el profeta
visito a la sunamita, ella prospero, pero él no se llevó nada de esa
prosperidad. Cuanta diferencia hay en
estos tiempos con pseudos profetas y profetisas, cuenta le darán a Di-s.
Christian.(cdae)
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